Hemos presentado el especial de la revista Ínsula dedicado a Josep Pla, donde he tenido el honor de colaborar. El acto ha sido en Blanquerna. En la mesa he podido acompañar a Juan M. Bonet, director del InstitutoCervantes; Ferran Mascarell, delegado de la Generalitat en Madrid; los profesores Xavier Pla y Francisco Fuster, coordinadores del número, y la editora de Ínsula, Arantxa Gómez. La sesión -hora y veinte minutos- puede verse en este video. Aquí cuelgo lo que -aproximadamente- leí en mi turno:

Muchísimas gracias a todos, tanto por asistir a esta presentación como por la idea feliz de convocarla. Madrid es una ciudad planiana, no ya porque Pla escribiera páginas inolvidables sobre ella, sino porque aquí sus lectores son legión. Eso es algo que me consta, como me consta que cada año van a más.

 

Yo voy a ser breve y a dejar paso cuanto antes porque hay mucha sabiduría acumulada en esta mesa. Pero precisamente por eso agradezco más la invitación a tomar la palabra. En primer lugar, por estar junto a gentes a las que admiro –y en algunos casos- conozco desde hace años. En segundo lugar, porque toda honra pública a Pla es una honra a la literatura y al periodismo de calidad, y esa es una causa que merece la pena. Y por último, si me permiten una pequeña efusión sentimental, porque uno ha frecuentado esta librería desde sus tiempos en la calle Serrano, y hace especial ilusión estar aquí. Y porque, en lo que respecta a Ínsula, pedí suscribirme por Reyes allá cuando tendría dieciséis años y nunca pensé que llegara a escribir en ella. Esto es algo que debo agradecer muy especialmente a los coordinadores de este número y a la editora de Ínsula, que han hecho un trabajo extraordinario hasta el último detalle.

 

Como algunos de ustedes saben, en este monográfico me ha tocado escribir sobre un Pla que estaba ahí pero –a la vez- permanecía en buena parte desconocido. Es el Pla anglófilo, con una estima por lo británico que abarca lo mismo su tradición literaria que su tradición institucional. Y sólo puedo alabar la inspiración de los coordinadores de este número por haber sabido ver que, agazapado aquí y allá en los volúmenes más dispares de sus OC, había materia de sobra para trazar un perfil claro y distinto del Pla anglófilo. Y esta pasión británica de Pla tiene algo hermoso en tanto que abarca desde su primera juventud –cuando estaba obsesionado por hacerse con un bombín- hasta su vejez, cuando sólo puede celebrar, antes de la durísima crisis de los años setenta, el milagro de las políticas keynesianas de posguerra.

 

Además de hermoso, creo que el Pla anglófilo también tiene su importancia, en tanto que nos obliga a completar su figura: si hay muchos Pla, este Pla anglófilo es uno más. Por eso es bueno que emerja. En general, sabemos que dedicó libros enteros a Francia, donde vivió durante años; de Italia dijo nada menos que “pasaría media vida” en ella, y la experiencia de “la oceánica inflación” que vio en Alemania iba a dejarle una huella moral que no le abandonaría nunca. Así las cosas, no es de extrañar que nunca o casi nunca contemos a Pla entre nuestros escritores filobritánicos. Y, sin embargo, está ahí, cuando nos habla de la luz de los pubs, de la impronta británica en Menorca, de los diarios de Nicolson o la altura política de Gladstone. Está ahí cuando recuerda el respeto que, de niño, le producían los nombres de los diarios ingleses, cuando habla del Carner anglófilo o afirma que su mejor guía de Londres sigue siendo Dickens. Y figura también en dos ámbitos sorprendentes. En primer lugar, en la equivalencia de las observaciones planianas –sea sobre la vida rural o sobre los domingos en Londres- con la tradición de los viajeros continentales y estudiosos de, por así decirlo, el alma inglesa. Y, en segundo lugar, por la muy curiosa huella que deja el mundo británico en Pla: en esa zona reducida que es su literatura de ficción, no pocas de las narraciones de La vida amarga tienen como paisaje de fondo Gran Bretaña.

 

Es verdad que la anglofilia fue, de Voltaire a la posguerra, el modo por defecto de la intelectualidad continental. Pero Pla señala que la suya es una “simpatía de la más auténtica procedencia sentimental”. Y su origen, naturalmente, está en muy buena parte en la literatura inglesa. Una literatura que le resulta “la más amena del mundo”, “la más confortable de todas las que se han creado”, “la que contiene muchos más libros que se mantienen vivos e interesantes”. Son elogios contundentes. Y si la literatura inglesa en general merece esta alabanza, las laudes serán minuciosas a la hora de tratar de algunos de sus escritores predilectos, de Chesterton a Conrad o incluso el Joyce del Ulises, sin olvidar esa tradición de la biografía y el ensayo que, con Boswell al frente, a Pla le llega, como no podía ser de otra manera, de modo particular.

 

Sus temporadas en Inglaterra, sin embargo, también le van a ayudar a ahondar en la anglofilia. Fue por esa vivencia que pudo, tal y como escribe, “destruir todos los gérmenes de sublimidad gratuitos que como latino llevaba en mi interior”, algo por lo que siempre se iba a sentir “generosamente pagado”. Y en esta vivencia está también la observación y la experiencia de sus instituciones –una política que Pla admira pese a “tantos años de leer cada día”, por ejemplo en Gaziel, “que Inglaterra ya agoniza”.

 

Aquí Pla nos deja algunas de sus páginas británicas más hondas. Desde el parque de Saint James, ante los departamentos que gobernaban la política exterior y la Armada británicas, Pla es consciente de estar ante “dos importantes columnas del mundo –columnas que se pueden odiar, que se pueden maldecir (…)-, pero que ciertamente producen (…) una absoluta sensación de respeto”. Pocos párrafos antes, en Westminster, Pla se había preguntado “¿quién puede, en efecto, ante la casa del Parlamento, dejar de pensar en la significación histórica y política de las venerables piedras? ¿Quién puede dejar, delante del edificio, de meditar (…) sobre lo que representa el Parlamento inglés para toda persona que no ha nacido con sangre azul?”

 

Creo que, en días como estos, en los que tantas atrocidades liberticidas hemos visto en Londres, las palabras de Pla tienen una especial hondura: “la contemplación de la casa del Parlamento os da la embriaguez de orgullo de sentiros simplemente un hombre y el gozo de admirar a un pueblo que ha hecho lo que ha podido y sin esconder ningún incentivo material para hacer sentir a todo el mundo el sabor de la libertad”.

 

Estas palabras resumen la anglofilia de Pla y toda pasión británica posible. Con ellas termino. Muchas gracias.

 

Ignacio Peyró
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