He vuelto de Colombia a España con la sensación de quien sale de un after hours para irse a una clase de contabilidad. Ya no puedo nadar entre las palmeras –primera hora de la mañana- de una piscina azul paraíso. En vano busco puestos donde tomarme un canelazo, y mi frutero no sólo ignora la existencia del lulo, sino que tampoco saluda a la clientela con un sonoro “¡a la orden!” Mis amistades, por su parte, enarcan una ceja cuando describo algo como “chévere” o cargo contra alguien al grito de “hijuepuerca”. Ni siquiera, tristeza entre las tristezas, conduzco una camioneta de seis puertas con las llantas cromadas, que es el sueño de todo colombiano de bien.

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Ignacio Peyró
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