Ignacio Peyró

Ya sentarás cabeza

Libros del Asteroide, Barcelona, 2020

Los rastreadores de la orilla

Tras ver la luz en 2013 la antología de la admirable revista Ambos Mundos, que dirigió Ignacio Peyró (Madrid, 1980), y que reunió a los más destacados escritores de su generación y de la anterior, se publicó el primer libro de Peyró, Pompa y circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa (Fórcola, 2014), una heterodoxa enciclopedia de anglofilia, escrita con desusada madurez. Después conocimos La vista desde aquí (Elba, 2017), un enriquecedor diálogo de Peyró con su maestro Valentí Puig, al que siguió Comimos y bebimos. Notas de cocina y vida (Libros del Asteroide, 2018), una valiosa educación del gusto en la estela de Josep Pla.

Ya sentarás cabeza, subtitulado Cuando fuimos periodistas (2006-2011), el tercer libro de Peyró, publicado a sus cuarenta años, contiene sus diarios entre los 25 y 30 años, anteriores por tanto a sus dos primeros libros. Sus entradas, agrupadas por años y sin fechas, son un conjunto de fragmentos heterogéneos que documentan el itinerario de la formación de un escritor. Formación mediante la escritura de sus diarios y el ejercicio intenso y extenso del periodismo, en medios caracterizados por su orientación conservadora y de derechas, en un periodo de fuerte confrontación política, durante el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero. En el libro, anuncia Peyró, se ofrece el siguiente surtido de variedades de su escritura miscelánea: “notas en los márgenes de la vida, personajes, pasiones, lecturas, pretensiones, pájaros de juventud, alguna estampa política, alguna reflexión sociológica, algún comentario literario”.

Peyró reconoce entre sus maestros en el género a Valentí Puig, José Carlos Llop, Trapiello, García Martín, Vidal-Folch y Sánchez-Ostiz. Además, admira y frecuenta a escritores como Josep Pla, Néstor Luján, Carlos Pujol y Juan Manuel Bonet. En su libro encontramos una voz, un estilo y un mundo propio, de un autor con una mirada benigna e indulgente sobre las cosas, ajeno a los mandamientos de la corrección política.

Heredó la creencia en la forma de vida de la familia tradicional. “El padre es lo más importante que nos pasa en la vida; la madre lo más hermoso”. Su abuelo Carmelo, perteneció a un “pequeño mundo a la antigua”, fue alférez provisional en el 36 para defender ese mundo, y “a su modo de entender la vida -reaccionario y defensivo, piadoso y católico, de orgullosa descendencia y con una aprensión trágica de la historia- debo la forma de mi mente”. De familia acomodada, reconoce que fue a un “colegio pijo”, recuerda las convivencias, excursiones y viajes con el Opus, del que serán algunos de sus amigos y luego colegas de trabajo. Frecuentó el Club Montepríncipe, veraneaba en una finca de Extremadura, viajó, entre otros lugares, a Portugal, Suecia, Guinea, Londres, y no oculta su viaje a una despedida de soltero de un amigo a Las Vegas, del que también logra arrancar virutas líricas.

Tiene una idea burguesa de la felicidad. “La vida -pienso- estaría bien que fuera así: la delicadeza con que cae la tarde, pasiones ya lejanas, pequeñas certidumbres del alma, felicidades practicables, infelicidades tolerables, el ritmo que da a los días pagar la hipoteca o que la camisa sucia vuelva limpia al armario”. Culto, liberal, cosmopolita, conservador, y amante de las tradiciones, con una greguería expresa la cercanía a una línea de ruptura: “Todo nuestro andamiaje moral convive a un solo paso de esa moral del otro lado, como quien, a mitad de una reunión, se descubre en el bolsillo un matasuegras”.

“Uno no se hace conservador porque su mundo sea mejor, sino por el temor a verlo arrasado”. “Considerarse reaccionario siempre tiene un punto de halago hacia uno mismo, como -por cierto- considerase progresista. A las gentes modestas no nos queda más que ser modestamente conservadores”. Parece mostrar cierta inseguridad sobre la legitimidad de su orientación, y anota: “En España solo puedes ser conservador una vez has dejado claro que eres un progre. No me explico, pero me entiendo (ahora que caigo, ese podría ser el lema de mi vida)”. Pero se compromete de un modo claro y ya inhabitual: “España necesita un centro-derecha fuerte y yo apoyaré cuanto pueda por conseguirlo”.

Observa los cambios de las ideas morales y estéticas. Describe lo que va de ayer a hoy, cronista de un mundo que desaparece en Madrid, en la familia, la educación, las iglesias, la arquitectura, la cultura, la vida económica. “Sí, la sensación es que hemos dejado atrás ese mundo en el que, según Morand, “solo importaba la belleza, exactamente al revés de lo que ocurre hoy”.

Vitalista y hedonista, parte importante de la educación de la sensibilidad de Peyró ha transcurrido en bares de copas y “restaurantes a los que no volvemos porque fuimos felices o a los que volvemos porque en efecto lo fuimos. A veces no queremos profanar el recuerdo”. Rememora a unos cuantos, como parte de su propio mundo: Horcher, El Cenador de Salvador, Jockey o Sacha, y a otros muchos, y pondera platos y caldos, que prolongan su libro anterior.

Crítico con la escritura de los periódicos, afirma que bastaría que su prosa fuera “correcta y aseada”. Tras desligarse de la empresa familiar, Peyró se sumergió en un trabajo incansable en varias facetas y responsabilidades del periodismo cultural y político, principalmente, entre otros, durante el periodo que abarcan los diarios, como articulista y corresponsal parlamentario de El Confidencial Digital y redactor hasta ser redactor jefe de cultura en La Gaceta, y colaborador de Alba. Posteriormente ha colaborado en una vasta pluralidad de periódicos y revistas de amplio espectro de tendencias.

Los diarios de Peyró no están colonizados, como es habitual en otros escritores españoles, por la vida literaria, por lo que sus reflexiones, descripciones, retratos, alabanzas y maledicencias iluminan con luz no usada un mundo distinto.

Se reconoce habitante de dos galaxias: “A la pena de ser de los últimos de Gutenberg no me gustaría añadir la melancolía de ser de los últimos del 78”.

Grafómano impenitente, defiende que “es bueno escribir mucho para perder el exceso de autoconciencia que lastra a tantos a la hora de escribir: escriben viéndose escribir, lo que impide esa ficción de naturalidad de la escritura buena”. Tiene una imagen feliz del oficio lento y tortuoso del traductor. Lector avezado, no ignora el principio esencial de la selección valorativa: “Tal vez quepa estar orgullosos, según dicen, de lo que hemos leído. Pero me temo que en nuestros días el mayor orgullo está en lo que no hemos leído”. Cita la lectura de La ronda de los días, de Bonet, “catalizador de no poco de lo mejor del gusto contemporáneo”.

Tampoco calla sobre comportamientos negativos en instituciones derivadas del régimen del 78, así, por ejemplo, denuncia “un conchabamiento siniestro de malos gestores, de intereses políticos y de empresarios aprovechados”, en cajas de ahorro de las autonomías, o el sacrificio en la “descolonización a la huida”, con la entrega de los saharauis a sus adversarios, con “su ofrenda como sacrificio en el altar de la Realpolitik”.  No faltan retazos fulgurantes en sus retratos de políticos: “Es hombre no muy holgado en inteligencia o cultura -sospecho- aunque extenso en la ambición” –sobre Mayor Oreja; “Más mala que dura y más dura que lista” -sobre Esperanza Aguirre. Comenta las memorias de Tony Blair, y señala que, para hacerse cargo de su calidad, “baste decir que considera a Zapatero un líder muy inteligente”. Se cruza con Álvarez Cascos, que “mantiene el brillo de la crueldad caníbal en los ojos”, y refiere alguna de las barbaridades y absurdos que sobre él se contaban.

La dedicación al oficio de periodista, le ha permitido aportar imágenes del funcionamiento real de las redacciones de los medios en que participó e impagables semblanzas de periodistas. “Cuento -dice con ironía y humor- con la gran ventaja de que, en La Gaceta, el diario bronco de la mañana, tener una sección diaria de cultura es algo tan exótico como si el New York Times dedicase una página cada día a, qué sé yo, los bolos cántabros”. En otro momento llega a calificar a su periódico como “carga dinamitera antizapaterista”.

Anota un día de 2010: “Días de levantarse temprano para escribir. Hoy sábado, Te lo aclaro, perfil internacional, editorial, crítica de teatro, dos noticias, el billete. Faltan columna y prólogo a Benson. Pese a todo, sensación de libertad de haber terminado con las traducciones”.

Muestra una imagen sarcástica, de una crueldad admirable, de periodistas de su grupo y ajenos, por ejemplo, de Jaime Peñafiel o María Antonia Iglesias: “solo hace falta mirarla para saber que semejante maribárbola solo podía salir adelante en esta vida con una inmensa reserva de hijoputez, que su existencia es una venganza militante contra el mundo que la hizo tan aborrecible”.

Hace el retrato, no exento de ternura, de uno de sus directores, de El Confidencial Digital, el opusdeísta al que llama Pepeape, “un pecio de la época en que ser periodista era ser algo -o incluso alguien”, un verdadero hombre sin atributos, en el que “lo único que llama la atención en él, y mucho, es lo que comúnmente llamamos no anillo sino anillaco -el anillo de fidelidad del Opus, cuyo tamaño hubiese sorprendido a Pío XII”.

Antológica es la narración de los entresijos del grupo Intereconomía, con vinculaciones con el Opus, como una corte medieval: “con un rey indudable como el sol y una alta nobleza que va y viene del favor real, algunos títulos viejos que vienen del pasado y una concurrida burguesía urbana que lucha por convertir su mérito en pedigrí”, al que se añaden algunos clérigos, bufones y, de fondo, un pueblo llano y espeso. Traza los orígenes y desarrollo de ese grupo de la derecha “sin complejos”. Es extraordinaria la hondura psicológica y el sentido del humor de las páginas que retratan, a veces de modo cruel, a Alejo Vidal-Quadras, a una galería de personajes pintorescos, estrafalarios, brillantes y fracasados, con los que tiene la piedad de no mencionar sus nombres sino sus iniciales, y una visita desmitificadora al pazo de Mario Conde. Tras señalar que el director editorial del grupo es supernumerario, obsesionado con la Madre Patrocinio, y que publicó un libro propio en la editorial, Santos de pantalón corto, concluye con sorna:” Así las cosas, parece que, en el corto plazo, Intereconomía no se plantea comerle el terreno a Gallimard”.

Uno de sus fieles amigos es el gimlet, “brillo déco, verde frío, en esa armonía cónica, inimitable, de la copa de Martini”, al que acude “para prevenir o espantar melancolías”. Colecciona rótulos, de hoteles, comercios y editoriales. El sexo en el diario ocupa el lugar del silencio. En el último año de su diario anota que empezó a “hacer papeles” para los bolos de una política, Cospedal, en Castilla-La Mancha, actividad que le divierte. Ama la política en sus gestualidades más nimias. Descree de las utopías, critica a los que acamparon en Sol y su blog: “Ya estamos en Sol; ahora a por la luna”. Cita a Oakeshott: “intentar hacer algo inherentemente imposible siempre es un empeño que corrompe”. Concluye su diario cuando fue seleccionado para trabajar en la Moncloa como speechwriter de Mariano Rajoy.

En el prólogo a los diarios hay maravillas como las que se encontrarán después. Cuenta Peyró que, a la altura del puente de Londres, el flujo del Támesis forma unas playas sobre las que se depositan objetos heteróclitos, y unos tipos, los rastreadores de la orilla, las fatigan a la busca de objetos, y que, a semejanza de dichos buscadores, el autor ha peinado sus notas originales para editar el libro, seleccionando los fragmentos en los que brilla la belleza casual de lo aparentemente inservible, fragmentario o incompleto, que no deja de ser un reflejo roto de nuestra propia vida. El lector, que también es un rastreador de orillas, de ferias, de rastros, de la vida del escritor o de su propia vida, encontrará en Ya sentarás cabeza, suficientes regalos del azar, con una escritura llena de talento, amena por su variedad de registros y asuntos, y muy confortable. Después de leer las 562 páginas del libro, al lector le queda un apetito de lectura de nuevas entregas del diario.

Carlos Moreno. Madrid, 24 de octubre de 2020.

Ignacio Peyró
Últimas entradas de Ignacio Peyró (ver todo)