Este verano no será una impiedad imperdonable facturar a los niños quince días a algún campamento en las Quimbambas y sentarse por fin a tomar un whisky-soda –por ejemplo- mientras sopla la brisa tan benigna de la tarde. Es uno de los egoísmos que se pueden perdonar, aunque sólo sea porque esa brisa de la tarde tal vez venga cargada de voces de vecinos y el olor a socarrat del merendero de la esquina. Servidumbres del verano hispánico, tan serio como es santo el silencio de la siesta. (Puede seguirse leyendo aquí).

Ignacio Peyró
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