(Art. publicado en The Objective)

Como muestra la San Silvestre vallecana, rara vez salió algo bueno de una Nochevieja, pero el año nuevo siempre volverá con la nada nueva superstición de los comienzos. Para entonces, la noche del 31 habrá dejado no pocas algaradas por necedad mezclada con alcohol y esa página trágica de quienes estrenan su año con el coche caído en un canal colector de aguas fecales. Habremos mandado mil y una felicitaciones por whatsapp, como si los whatsapp no los cargara el diablo. Tampoco faltarán los píos deseos de acometer la dieta de la piña, aprender caldeo, tomar lecciones de salsa o ser mejor persona.

Tal vez la sobriedad de enero imponga una frenada, pero –para 2018- aceptamos cualquier recorte que no sea el de las ganas de vivir. En un cambio de ciclo, el poeta Philip Larkin nos equipara a esos árboles que muestran en su tronco –círculo a círculo en la madera- la huella del crecer: “el año pasado ya murió”, parece que nos dicen, / “comienza tú también de nuevo, comienza tú también de nuevo”. Luis Cernuda fue mucho más claro: “no eches de menos un destino más fácil”. Al final, nuestras esperanzas y nuestras aprensiones se resumen en lo mismo: gracias al cielo, nuestro futuro no está escrito todavía.

 

Ignacio Peyró
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