De vuelta de Barcelona. Me separo menos de Madrid que el oso del madroño, por lo que suelo tomarme cada desplazamiento como un desafío logístico del orden de la batalla de Austerlitz. Hoy, sin embargo, me ha tocado ir y volver en el día, y a la felicidad de ir ligero de equipaje se ha unido la felicidad de cogerme -¡vivan los asuntos propios!- un lunes del trabajo. A veces el mundo cuadra para bien. Ahora garrapateo estas líneas en el AVE con toda voluntad de no quedarme dormido y ninguna esperanza de entender mi letra. Por fuera atravesamos una España oscura, y no me refiero a ningún sentido metafísico, sino a su literalidad ramplona: hace mucho que es de noche. Eso nos impide ver, a través de la ventana, algunos de los paisajes más feos del país. Consigno con fastidio que -igual que esta mañana- no me ha tocado al lado la guapa del vagón.

Ignacio Peyró
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