El escritor -y filólogo, y crítico, y periodista, y erudito…- Jordi Amat ha dedicado una elogiosa reseña a La vista desde aquí.

Liberalismo conversador

Hace casi veinte años, con El hombre del abrigo, Valentí Puig (Palma de Mallorca, 1949) consolidó una imagen singular en la vida intelectual española. Si a principios de los 80 había sorprendido con la publicación de sus dietarios de juventud –el autorretrato de un universitario de alma dispersa, una variante del Cuaderno gris pasada del cedazo moral de Ferrater-, Puig cerraba el siglo XX reivindicando a Josep Pla desde la exigencia literaria pero sobre todo adscribiéndolo a una tradición de pensamiento conservador europeo en la cual él también había acabado ahijándose. Con la hegemonía del catalanismo progresista en el geriátrico, Puig –un hombre de letras integral que contemplaba la alta política desde la atalaya del periodismo– era una rara avis culta, solitaria y atractiva. Naturalmente su ensayo sobre Plan no se incluía en las bibliografías que nos pasaban en las clases de filología catalana.
Al cabo de unos años, en pleno proceso de reestructuración (mediático e ideológico) del conservadurismo español, Puig se trasladó a Madrid. Días de tentación neocon. Fue entonces cuando conoció a un periodista jovencísimo, de cultura oceánica y que parecía a un tory trasplantado a la Carrera de los Jerónimos. Era Ignacio Peyró (Madrid, 1980), que empezaba a ganarse la vida colaborando en medios diversos. El magisterio informal de Puig en Peyró fue fecundo. Una translación de su absoluta sintonía es el libro de conversaciones que ahora se publica, que se complementa con un magistral perfil de Puig que cierra La vista desde aquí. Con conocimiento de su obra y disponibilidad plena de su maestro de cabecera, Peyró va pidiendo las opiniones a la carta. El resultado es un autorretrato y un análisis del presente en profundidad.
La mirada dominante de Puig es escéptica. Categorizando las palpitaciones del tiempo a través de la banalidad de los selfies, insistiendo en la colonización de la postliteratura o advirtiendo que una determinada idea del mundo bordea el colapso, otra vez se aferra como fuente de cohesión permanente a la tradición del humanismo cristiano y el conservador. “¿Cómo rehacer lo fragmentado? La experiencia conservadora, basada en la historia y no en la ideología abstracta, tiene ahí algo que decir”. Una cohesión que empieza con la familia y acaba con la estructuración de la sociedad a través de la democracia representativa impugnada por los populismos. Vale para una Europa que no sabe cómo afrontar la amenaza islamista, por Catalunya y el catalanismo sin norte, pero también para una España en crisis. “Lo que tenemos es una España -y me resisto a creerlo- que ha logrado la desvertebración moral del sentido público”.
El abanico temático de la conversación es enorme. De la identidad a la globalidad. De Suárez en Aznar. Se rememora la infancia mallorquina de Puig o se analiza la tensa geopolítica del presente. Se habla del estado de la crítica literaria o la función social del cristianismo. Este diálogo escrito, en fin, es un festín de morosa inteligencia.

(Publicado en el Cultura/s de La Vanguardia el 29/IV/2017)

Ignacio Peyró
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